Carta: mensuras

Imaginate si la tristeza se pudiera mensurar de la misma manera que un sastre toma las medidas del traje para su alteza el Oídor, como el albañil que con habilidad y astucia mide la distancia para arrojar el balde (sin mirar) hacia las manos de su compañero, los días que cuenta el pobre hasta ver de nuevo un plato de comida, las millas que recorrían los galeones entre una isla de la América sangrante y las viles manos de los comerciantes europeos, o los kilómetros que transitaba con cautela el correcaminos para atrapar al coyote.
La profundidad de mi tristeza roza el límite de lo indecible, ¡ay, si se pudiera cuidar el corazón como las abejas a su reina, o los leones que se protegen en manada!.
Hace tiempo que deseo desarrollar el arte de decir sin palabras, qué envidia mi gato Nino, que cuando se siente a gusto ronronea, sin la necesidad de vulgarizar y encasillar los sentimientos en un simple "me encantás".
No te quiero asustar, Eduardo. Solamente tengo curiosidad (Paloma dijo algo como: "te voy a llenar de preguntas, a falta de que me llenes de respuestas")... ¿a dónde se van los abrazos que nunca diste? ¿cuáles son los besos partidos? ¿tenés sueños cansados? ¿creés que la piel tiene memoria? ¿cuáles son los silencios que te ensordecen? ¿cuál será el lenguaje del viento? ¿alguna vez te encontraste con un alma como la tuya? ¿qué partecita de tu alma se perdió en el monte? ¿qué tan hondo calaron tus amores? ¿tenés amores sinuosos?
Basta, pretendés que nada te atrape, ¿acaso no te das cuenta que nada lo hace? Espero que tus ganas sean más vehementes que los caminos tembladizos de tus miedos.
No te quiero asustar...        te quiero

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