"Nuestras cabezas piensan..."

 “Nuestras cabezas piensan (del pensar-sintiendo) por donde nuestros pies caminan”, sostengo una y otra vez, casi como un mantra. ¿Por dónde caminan hoy mis pies? ¿De qué van esos caminos?
¿De habitar el mundo desde el amor, será que de eso se trata?
¿De recorrer los pasillos, las aulas, los baños, las catacumbas y rincones de la Universidad de otro modo: desde el pensar-sintiendo? De construir, tejer lazos, conversar, escuchar atentamente a otres: a les compañeres estudiantes, egresades, docentes y no docentes.
¿Será que de eso se trata?
Caminar… quizá en reversa o de costado. Parar, sentarse, levantarse, continuar.
Seguir el rastro de las conversaciones en los pasillos de la Facultad, de los mates compartidos en la Biblioteca de Estudiantes, de las historias familiares, de los ademanes, de las risas, los abrazos, las cervezas, las lecturas, las reflexiones, los proyectos, los ideales y los sueños compartidos.
Esos mismos pies que hace unos años “corretean” la Carmen Barros, que huelen la tortilla de doña Gina, que trepan el árbol del vecino, que juegan a la pelota en la calle de tierra, al carnaval con les vecines, que escuchan los venteveos de las mañanas.
Los mismos pies que pataperrean las calles, las plazas (las referencias de la urbanidad, sí). Será que se trata de un caminar-estar en el Acampe de la Plaza 25 de Mayo. De conversar con Chela, con Luchi, con Kari, con Walter. De escuchar. De aprender. De poner el cuerpo en las Clases Públicas, en las Caminatas por el Agua, por el Aconquija, por el Árbol, por les hermanes de Andalgalá.
También de parar, dejarse atravesar por el dolor y el enojo, de llorar con compañeres, de no-dar-más.
De volver a casa. De parar. De volver a mirar el barrio y la Carmen Barros. Pero la calle de tierra ya no está, los árboles tampoco. Ya no hay voces de niñes. Ahora se escuchan autos pasar, bocinas, a lo lejos, la sirena de la ambulancia. El vector de progreso imparable nos atravesó a todes, pienso. Vuelven los destellos arremolinados a la memoria, un día me despierto y se escuchan las motosierras y los golpes: el vecino, que hace unos meses llenó de cemento su vereda, llamó a la Municipalidad de Valle Viejo para sacar un Árbol. Me levanto corriendo, era muy temprano y ya hacía calor, me acerco, temblando, les pido que no, que no lo hagan. Pero ellos “siguen órdenes”. Se escuchan las máquinas asesinando al Algarrobo. Se acerca mi madre y les grita, intento calmarla, el consuelo: la Pacha no se los va a perdonar.
En el camión van los brazos sangrantes del Algarrobo, el corazón de su madera va intacta de tersura, con vetas amarronadas como tez de campesino. Tantos años bajo soles abrazadores, huayrapucas que braman y empujan, coyuyos que cantan, que conversan con los frutos y los nidos de pájaros que lo habitan. Tanta vida, en esa comunidad local de seres infinita, ahora depredada por la indiferencia humana.
¿De eso se trata? ¿De ver los detalles de la vida cotidiana? ¿De escuchar al coro ancestral de coyuyos, a los pajaritos, las calles, las voces de les niñes, que hacen eco en lo profundo de la memoria?
¿Será que de eso se trata?

Santa Rosa, Valle Viejo, Catamarca
18 de mayo de 2021
Abril Traverso Vargas

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